miércoles, 17 de noviembre de 2010

EL VALOR DE LA COPIA

Copia certificada, de Abbas Kiarostami, cuenta 15 años en la vida de una pareja en el plazo de un único día, desde que se conocen hasta el momento actual, en el que su matrimonio se tambalea, sin el uso de flash-backs. Llegados a este punto, como espectador te puedes preguntar: ¿los personajes han fingido al principio no conocerse? ¿se sobreentiende una elipsis desde el principio de su relación hasta el momento actual? ¿toda la primera parte es un flash-back encubierto? ¿se trata simplemente de una licencia poética del director? No importa, porque una vez que te has sumergido en la historia, eso es lo de menos.
            Juliette Binoche interpreta a una impulsiva galerista francesa que tiene una relación con un flemático escritor inglés, interpretado por tenor William Shimell; ella vive en la Toscana con el hijo de ambos; él va y viene por el mundo a causa de su trabajo, el gran amor de su vida. La excusa para que se reúnan ahora es que él acaba de publicar un libro en el que habla de la validez de la copia frente al original. Y este será el tema en torno al que girará toda la película, ya sea porque la pareja se haya rodeada de otras parejas que acaban de casarse (el pueblo por el que deambulan es conocido porque si te casas allí serás feliz para siempre junto a tu amado), reflejo de la esperanzas que una vez tuvo la pareja protagonista, ya sea por la pareja de ancianos cogidos del brazo con la que se cruzan, reflejo de la imagen que a la protagonista le gustaría representar en el futuro junto a su amado. Pero también el director juega a las copias y los originales a través de otros recursos, como los reflejos de la pareja protagonista y la parejas vestidas de novios en espejos y cristales; tanto es así que hay una escena en la que ella le muestra a él una copia de una pintura, que durante mucho tiempo se consideró original, y que sigue expuesta en el museo porque sigue teniendo valor artístico; durante esta escena los protagonistas se nos muestran reflejados en el cristal que protege la pintura... Es más, toda la película es una “copia” de otra película anterior, Te querré siempre, de Roberto Rossellini (1954), que también trata del desmoronamiento de una pareja que deambula por las ruinas de Pompeya, muchos de cuyos planos y situaciones se repiten u homenajean (bonito vocablo reinventado en esta nuestra sociedad posmoderna).
            Uno de los grandes logros de Kiarostami en su película es conseguir utilizar el artificio del cine con una finalidad manifiestamente emotiva (no en el sentido de lacrimógena, sino el de generar emociones en el espectador). Esto lo hace en varias secuencias en las que los protagonistas se miran a solas en el espejo o hablan entre ellos en plano/contraplano; en estos planos los protagonistas miran casi directamente a la cámara (no hay nada que resulte más artificial al espectador que desvelar la presencia de este artilugio), pero con este recurso el director consigue transmitirle una serie de emociones que le hace pasar por alto (otra vez más) los trucos de los que se sirve el cine. Estos momentos no se sostendrían sin la fuerza interpretativa de Binoche (debo reconocer que hasta ahora no me había fijado en la verdad que emanan su cuerpo y sus palabras) y la más que correcta interpretación de Shimell.
            Resumiendo, para amantes de las pequeñas (y, al mismo tiempo, complejas) historias.

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